EL RÍO COMO VÍA

Capítulo de mi libro «GUADIANA MENOR: EL RÍO DE HUESA (Corazón y alma)

Los árabes adoptaron el nombre preexistente de río Ana, hidrónimo de origen celta cuyo significado es río, añadiendo el genérico Wadi, de igual o parecido significado, quedando finalmente Wadi—ana. Redundante y frecuente fenómeno etimológico que a lo largo de la historia se ha venido repitiendo y, seguramente, seguirá repitiéndose. De modo tal que el significado etimológico de la palabra Guadiana es doblemente río. La historia y la relevancia geográfica otorgaron al castellano el genérico y adjudicó al otro la calificación de “menor”, que pasaría a ser definitiva.

Guadiana sería, pues, una castellanización de la etimología árabe, el parecido fonético es evidente.

Río que fue también frontera y vía, parte importante de la ruta de la plata romana por donde la plata y el cobre procedentes de Cástulo (Linares) se enviaban a Acci (Guadix) y Basti (Baza). Río que ha sido bastión, linde, eje, defensa y alimento para muchas gentes durante siglos. Frontera y eje en la Edad Media entre cristianos y musulmanes.

El Guadiana Menor, a tenor de las reivindicaciones, puede tener varias maternidades. ¿Cómo descubrir el inicio de la primera gota de agua? ¿Cómo descubrir el más importante y lejano de los arroyuelos que lo inician? Como nacimiento más plausible se apunta al del río Barbata, llamado también Bravata, Barbatas y algún que otro apelativo más, después llamado Guardal, nacido, sin otro ruido que el rumor del viento contra los pinos y del agua al romper contra las peñas, junto a la Sagra, en su vertiente oriental, a 1.740 metros de altura, en la Fuente de los Agujeros, en montañas hermosas y solitarias, al amparo de umbrías de pinares y chillidos de rapaces, dominio de la nieve, el viento y el rayo y que descenderá, a veces precipitado, a veces manso, en un desnivel de casi 1.500 metros hasta su desagüe en el Guadalquivir, 152 kilómetros más abajo, cerca de Úbeda, saltando del pinar al olivar, alumbrando civilizaciones y a descendientes de íberos, romanos o árabes.

Así acepta la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir que “la corriente principal del Guadiana Menor es el río Barbatas” según reza en la obra “Guadalquivir” de 1964 de Revenga Carbonell y poco más hay que decir al respecto. El Barbata será, sucesivamente y por cercanía a las poblaciones, río de Huéscar, río de Orce, río de Castilléjar y, finalmente, río Guardal, hecho considerado erróneo y no compartido por varios estudiosos del tema, eje receptor de agua procedentes del norte, de lo que se ha dado en llamar cuenca sub—bética, y así hasta su llegada al pantano de El Negratín donde, en confluencia con otros ríos afluentes como Castril y Guadalentín, tomará nombre propio el Guadiana Menor, que más abajo y a partir de la presa recibirá por su margen izquierda las aguas procedentes de la red fluvial de la fachada norte de Sierra Nevada y otros sistemas montañosos, a través de los ríos Fardes, que previamente ha recibido al Guadix, y Guadahortuna o Alicún llamada también cuenca penibética. Otros afluentes menores, como los ríos Ceal y Toya, aportan también su grano de arena.

Ha habido períodos en que esta confluencia de aguas en la Hoya de Baza ha sido denominada también cono Río Grande e, incluso, Guadianilla, términos recogidos por Madoz y Mesa en sus obras del siglo XIX y en alguna otra del siglo XVIII.

Como todos los ríos, río que quita sed a las tierras, aprecia-do por pastores, agricultores y pueblos, tercero de Andalucía por la superficie de su cuenca, segundo por su caudal y tercero por su longitud. Cuenca de menores precipitaciones de las del Guadalquivir debido, dicen, a su carácter acusadamente continental, motivada por los relieves circundantes, que impiden la entrada de vientos húmedos procedentes del centro y norte de Europa.

La provincia de Granada, especialmente en los cursos altos de los ríos, ocupa más de un 75% del total de la superficie de la cuenca. La de Jaén, parte más apacible y llana, no llega al 20%. El resto, en partes menos relevantes, lo ocupan las provincias de Almería, Murcia y Albacete. Cuenca delimitada por sistemas montañosos relevantes, sierra Nevada y sierra de Huétor al sur; sierras de Baza, Filabres, Estancias, Orce y María al este; sierras de la Sagra, de Castril, de las Cabrillas y Segura, al norte; del Pozo y Cazorla, al oeste. Sierras todas de altas cumbres, poderosas, las mayores de la España peninsular.

El embalse del Negratín, construido en la cerrada homónima, a partir del cual el río toma carta de naturaleza como Guadiana Menor, es el que amansa las aguas que confluyen en él, el tercero más grande de Andalucía y auténtico regulador de la cuenca a que pertenece, ocupando tierras de los municipios de Guadix, Freila, Zújar, Baza, Benamaurel, Cortes de Baza y Cuevas del Campo, con una superficie de 21,70 kilómetros cuadrados y una capacidad de 567 hm³., que tuvo el privilegio de ser inaugurado el 31 de Diciembre de 1984, día del santo patrón de uno de los municipios, Huesa, que se beneficia del mismo.

El Negratín, mar interior, aguas de color azul intenso rodeadas por un mundo ocre, árido, abarrancado. Gigante espejo custodia-do por el fiel Jabalcón en el que se reflejan los deseos y las esperanzas de los pueblos a los que nutre. Llamado también “mar del altiplano”, no solo por su superficie, también por la posibilidad de bañarse en sus playas y de practicar deportes náuticos. Con sus balnearios de Freila y Zújar en la orilla sur. La construcción de la presa y su inauguración en 1984 representó un punto de inflexión positivo en la economía de la comarca y aledañas.

Además del Negratín, San Clemente, Portillo, Bolera, Francisco Abellán y Doña Aldonza serán los vasos que atarán, regularán y amansarán las aguas de la cuenca para que los ríos no se desboquen en avenidas y tragedias y para regular las épocas de estiaje. Son embalses prístinos que en algunos casos han obligado a modificaciones en los trazados de las carreteras que comunican con el este de España sin ahogar pueblos o aldeas y apenas cortijos, a excepción de Las Juntas, pequeña pedanía de Zújar.

El río, que en su curso alto es río de gentes y pueblos y que baña y convive con pueblos como Huéscar, Castril, Galera, Orce, Castilléjar o Benamaurel, se torna tímido a partir del embalse de El Negratín y sólo acariciará las casas y huertas de algunas aldeas de bajo poblamiento como Cortijo Nuevo, Ceal y El Cerrillo en el término de Huesa y Collejares y El Cortijjuelo en el de Quesada.

El río, después del embalse de El Negratín, tranquilizado, entra de lleno en el término municipal de Pozo Alcón y ya más sereno busca vegas y aldeas por paisajes apenas mancillados en zonas pobladas desde la edad del bronce, íbera, romana, musulmana y finalmente cristiana. Cobijo de la historia y la leyenda, fue seguro testigo en el año 208 A.C. del paso de las legiones del general romano Escipión, al que llamaban el africano, hacia la cabecera del Guadalquivir, en su victoriosa batalla contra las del general cartaginés Asdrúbal en Baecula tras la toma de Cartagonova. Fueron testigos y protagonistas también túrdulos, íberos y árabes, pueblos recios, como la tierra que forjaron durante siglos, en tiempos tumultuosos, desconfiados, con eternos litigios entre árabes y cristianos a los que, por fin, sus católicas majestades dieron término.

Pozo Alcón, el municipio que, emulando la obra de Lope de Vega, “llevó a una” a sus doscientos vecinos para, en 1648 reunir los cinco mil ducados en que el longevo austria, Felipe IV, había tasado su sed de independencia de Quesada, es ahora un municipio grande y próspero situado en el límite este de la sierra de Cazorla, a los pies de la sierra del Pozo. Atraviesa su término, de norte a sur, el río Guadalentín, que nace montaraz en término municipal de Cazorla y se despeña imaginando arroyos y la-brando profundos cañones, para remansarse, apenas alevín, en el pantano de La Bolera, a casi 1.000 metros de altitud, atrapando sus aguas para luego darlas a las hábiles manos de los pocenses y sus sofisticados y avanzados sistemas de regadío. Las sobrantes las tributará al pantano del Negratín.

Después de abrirse paso entre quebradas y rocas, entre pinos, encinas y chaparros, el río marcha ahora perezoso, como adormilado, con amplios meandros, como si quisiera pasar desapercibido, como si no quisiera despertar a los espíritus que desde los cerros vigilan su marcha, alentado por los fecundos olivares y huertas que lo jalonan recordándole su infancia, su adolescencia salvaje. Son aguas donde el olivo se refleja mientras el aire se perfuma de plantas aromáticas. Donde se reflejan laderas de pinos y sabinas, de monte bajo y machuelos enterrados en espera de las escasas lluvias. Donde se refleja el chopo y el arce del soto, azota-dos por el viento, que sobrevuela el buitre, el águila, el búho real y el vencejo. Donde se reflejan también cortijos y aldehuelas de honorables vestigios amenazados de olvido. El río, mientras, se desangra generosamente por las amplias vegas en canales y acequias.

Tras un breve recorrido entre sombrías huertas y grises olivares en dirección este oeste, el río toma dirección norte para recibir las aguas del Fardes y del Guadahortuna, ya en término de Huesa, y para envolver la aldea de Cortijo Nuevo y la cortijada de Chíllar, que fuera castra romana con el nombre de Chiellas, y rendir tributo al importante yacimiento íbero de Los Castellones de Ceal, habitado ya en el siglo VI A.C., que fue oppidum romano varios siglos después. Fue éste un asentamiento estratégico para controlar el comercio y las comunicaciones entre el alto Guadalquivir y el levante español. Algo de lógica y conocimiento debieron tener sus primeros pobladores en la elección del lugar cuando, en estos tiempos modernos, aún pasa por el yacimiento la carretera que comunica Hinojares y Huesa.

El otero íbero preside la entrega de las aguas del río Ceal, que trae las de la montañosa frontera oeste de la cuenca y del río Turrillas, al Guadiana Menor, que lo agradece bañando las huertas de la aldea de Ceal para, en un giro de noventa grados, seguir dirección oeste durante algunos kilómetros, apacible, sereno, derramando su fertilidad por ricas y amplias vegas.

Arriba, en la montaña, al pie del Rayal, encaramados en la Peña Negra, el castillo de Tíscar y el Santuario de la Virgen de Tíscar, centro de peregrinación para la fe mariana de gran parte de la provincia de Jaén, Granada y Almería. El castillo, llamado también castillo de Peña Negra, extendió su manto de protección y dominio sobre toda la zona y castillos adyacentes y hurtó a los cristianos su dominio durante siglos convirtiéndose en uno de los reductos insumisos más tardíos, hasta la conquista definitiva por parte de los Reyes Católicos.

Tras un pronunciado meandro en el que el río abraza el cerro de Quebranta, pasan las aguas bajo el puente de la Risa, primer puente tras el embalse, tan destartalado él, aguas que conocieron tantos sucesos, que ya no están. Pero el río siempre está. Corre el río presto, presuroso, a encontrarse con el puente de Don Emilio, segundo corriente abajo apto para vehículos, desparramado en adormecidos y anchos valles fluviales, llenos de aguas plácidas, sombreados por resecos cerros que inclinan sus laderas al río, laderas de monte bajo, de rañas alfombradas de retama.

Desde su entrada en el término de Huesa, a la altura de Cortijo Nuevo, hasta su salida del mismo por El Cerrillo, el río habrá recorrido algo más de cuarenta kilómetros que coincidirán, en gran parte, con los límites sur del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, único espacio protegido en el entorno del Guadiana Menor al que Huesa contribuye con 1.821 hectáreas.

Ha pasado el Guadiana Menor de lugares mágicos y sorprendentes donde se refugian el muflón y el ciervo y donde florecen los pinos a otros no menos mágicos donde los olivares son los reyes del paisaje. De las laderas de los montes y de los valles mana el zumo de la picual, ambrosía y reina de las aceitunas andaluzas. Las olivas, que en invierno estarán cargadas de gritos negros, son árboles que serían si pudieran, los mejores historiadores de la zona y, acaso, de la vida misma de los hombres. Los romanos perfeccionaron y extendieron su cultivo por toda la provincia, los árabes continuaron la labor y pusieron nombre a su jugo, el Azzáyt, nuestro aceite actual.

Pablo Neruda, según García Márquez, el más grande poeta del siglo XX, enamorado del llamado “oro verde” y también “oro líquido”, le dedicó esta contundente oda:

Aceite,

recóndita y suprema

condición de la olla,

pedestal de perdices,

llave celeste de la mayonesa,

suave y sabroso

sobre las lechugas

y sobrenatural en el infierno

de los arzobispales pejerreyes.

Aceite, en nuestra voz, en

nuestro coro,

con

íntima

suavidad poderosa

cantas;

eres idioma castellano:

hay sílabas de aceite,

hay palabras

útiles y olorosas

como tu fragante materia.

No sólo canta el vino,

también canta el aceite,

vive en nosotros con su luz madura

y entre los bienes de la tierra

aparto,

aceite,

tu inagotable paz, tu esencia verde,

tu colmado tesoro

que desciende

desde los manantiales del olivo.

Otros muchos poetas, especialmente los andaluces, han cantado profusamente al árbol totémico andaluz, a sus frutos y a su sangre:

Sencillo e intrincado,

con su tesoro a cuestas

el olivar cavila.

En él no son precisos

ni rosas ni claveles:

sólo estar, siglo a siglo,

serenamente en pie.

(Antonio Gala)

¿Qué es un olivo?

Un olivo

es un viejo, viejo, viejo

y es un niño

con una rama en la frente

y colgado en la cintura

un saquito todo lleno

de aceitunas.

(Rafael Alberti)

Ay olivar, mi olivar,

olvidado y mal vendido;

donde yo le oí cantar,

y donde siempre he venido

tras mis largos recorridos,

por cielo, por tierra y mar.

(M.ª Jesús Barquero Casas)

El campo

de olivos

se abre y se cierra

como un abanico.

Sobre el olivar

hay un cielo hundido

y una lluvia oscura

de luceros fríos.

Tiembla junco y penumbra

a la orilla del río.

Se riza el aire gris.

Los olivos,

están cargados

de gritos.

Una bandada

de pájaros cautivos,

que mueven sus larguísimas

colas en lo sombrío.

(Federico García Lorca)

¡Cuando miro tu tronco torvo y fiero,

tu tronco casi humano, padre olivo,

un dios pagano rudo y primitivo

te descubro, un viejo dios ibero.

Y preso de tu fuero y desafuero,

cultrario de tu culto y tu cultivo,

muere en tus ramas—brazos, sin motivo,

el cuerpo aceitunado del bracero.

Y su sangre y tu savia se confunden

en la tierra irredenta en que se hunden,

como manos crispadas, tus raíces.

Y tu torcida y bronca arquitectura

se me aparece cepo y atadura

de estos pueblos varados e infelices.

(Felipe Molina Verdejo)

Tal vez fue el oriolano Miguel Hernández, alumbrado por la quesadeña Josefina Manresa, su musa y compañera, quien mejor reflejó, con su poema “Andaluces de Jaén” el sentido y la identificación de las gentes andaluzas con este árbol, convertido el poema en verdadero himno jiennense:

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma, ¿quién,

quién levantó los olivos?

No los levantó la nada,

ni el dinero, ni el señor,

sino la tierra callada,

el trabajo y el sudor.

Unidos al agua pura

y a los planetas unidos,

los tres dieron la hermosura

de los troncos retorcidos.

Levántate, olivo cano,

dijeron al pie del viento.

Y el olivo alzó una mano

poderosa de cimiento.

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

decidme en el alma ¿quién

quién amamantó los olivos?

Vuestra sangre, vuestra vida,

no la del explotador

que se enriqueció en la herida

generosa del sudor.

No la del terrateniente

que os sepultó en la pobreza,

que os pisoteó la frente,

que os redujo la cabeza.

Árboles que vuestro afán

consagró al centro del día

eran principio de un pan que sólo el otro comía.

¡Cuántos siglos de aceituna,

los pies y las manos presos,

sol a sol y luna a luna,

pesan sobre vuestros huesos!

Andaluces de Jaén,

aceituneros altivos,

pregunta mi alma: ¿de quién,

de quién son estos olivos?

Jaén, levántate brava

sobre tus piedras lunares,

no vayas a ser esclava

con todos tus olivares.

Dentro de la claridad

del aceite y sus aromas,

indican tu libertad

la libertad de tus lomas.

(Miguel Hernández)

Tras el puente de Don Emilio habrán de caminarse algunas leguas hasta encontrar el siguiente. Entra el río en el término de Quesada, dejando a su derecha la pedanía hueseña de El Cerrillo, para encontrarse de inmediato con el vado inundable que unía las dos orillas del río en el antiguo camino de Quesada a Larva, pueblo que fuera antaño pedanía quesadeña. El vado, situado a la altura de la Casa del Barquero, impracticable en la actualidad parte del año a causa de las lluvias, une las aldeas de Collejares, en la margen derecha del río, con la de El Cortijuelo, en su margen izquierda, a la vez que permite a los habitantes de esta, poder desplazarse a los pueblos cercanos de Huesa o Quesada. Desde el siglo XVIII y hasta no hace demasiadas décadas, ante la ausencia de puente, estuvo en servicio un andarivel tendido entre las dos orillas del río que, con su cajón, permitía el paso de personas y animales menores de una aldea a otra cuando el río estaba crecido.

,… Assimismo hay en el Rio de Guadiana y Termino de esta Villa y Sittio de Collejares, un Barco propio de Don Manuel de la Cruz, vecino de estta Villa, por lo que se le regula de utilidad anual, quinientos reales de vellon…”

Collejares, la más grande de las dos, debió ser parada y fonda dentro de la calzada romana que, siguiendo el curso del río Guadiana Menor, formaba parte de la ruta de la plata que unía a la ciudad de Cástulo (Linares) con Acci (Guadix) para transportar la plata y el cobre de las minas linarenses. También en sus inmediaciones se libraron batallas que determinaron la historia de Quesada, la Madinat o qalát Qayyata musulmana, formidable fortaleza situada al pie de la sierra del mismo nombre, rica industria de utensilios de madera como platos y vasos, gracias a sus abundantes recursos madereros, que se vendían por todo Al—Andalus y se exportaban al Magreb, concurridos mercados y ricos baños.

Posiblemente poblada desde la edad del Bronce como atestiguan los vestigios y yacimientos encontrados en distintos abrigos (de Morales, de M. Vallejo, del arroyo de Tíscar, del Mergal, de la Magdalena, de la Troje) y cuevas (del Encajero, del Reloj, del Clarillo, de la Hiedra) considerados desde 1998 como Patrimonio Mundial de la Humanidad dentro del conjunto de yacimientos y manifestaciones pictóricas del arte rupestre del arco mediterráneo.

Por su situación estratégica, al ser zona de paso de calzadas de cartagineses, romanos y árabes, y vigía del pasillo del Guadiana Menor, se vio obligada desde tiempos muy remotos a ser un asentamiento guerrero y fortificado, posiblemente, a partir del siglo VI, al querer mantener su estatus como parada y fonda de la vía que discurría a través del Guadiana Menor. Debió ser también importante y estratégico lugar en el control del sector del Itinerario Antonino que unió Cástulo con Acci, por el pasillo del Guadiana Menor, para el transporte de metales preciosos, principalmente plata y cobre procedentes de Linares (Cástulo).

La Baja Edad Media significó el punto de inflexión en la toma de consideración de Quesada como centro importante de la Reconquista y en la lucha contra el islam, como corresponde a quien, durante más de doscientos cincuenta años, será la villa más avanzada en la frontera entre el reino de Castilla y el de Granada, con castillos emplazados en tierras granadinas. Desde esta época en adelante hay profusión de datos, documentos y narraciones que ponen en valor la importancia de esta villa en el contexto de la historia de España. De épocas anteriores escasos vestigios: la cámara sepulcral íbera de Toya, la villa romana de Bruñel, la goda Estela Discoidea de Quesada y escasos restos de la época primera musulmana.

Esta circunstancia fronteriza a lo largo de toda la Baja Edad Media y su liderazgo en el Adelantamiento, con la obligación de defender el territorio, marcó el carácter de sus gentes y su inclinación futura dando lugar al nacimiento de una clase hidalga, ducha en el ejercicio de las armas, pronta a prestar sus servicios ante quien los requiriera.

Puerta de entrada al reino de Jaén a través del valle del Guadiana Menor, Quesada fue una de las perlas de la corona del Adelantamiento de Cazorla, la predilecta del titular de la mitra toledana, el obispo don Rodrigo Ximénez de Rada, quien la recibió del rey Fernando III el día 30 de enero de 1231 siendo primado de Quesada y Toya, para reactivar la causa militar que los problemas internos que la unión de Castilla y León el año anterior había ralentizado y que supuso, de facto, el nacimiento del Adelantamiento.

El papa Gregorio IX concedió, como consecuencia de su importancia, privilegios tales como exacciones fiscales y permisos para comerciar con los musulmanes, dominadores tanto en sus posesiones como en las ajenas y verdaderos expertos en el arte del comercio.

“E otrosi otorgo a todos aquellos que hobieren rayz en ter-mino de Quesada que la ayan firme e estable y por sienpre va-lediera, asi que pueda hazer della y en ella lo quel pluguiere, e aya la poder vender y de canbiar y de enprestar, si quier morar si quier yr..”

Pese a que desde 1295 a 1310, en que es definitivamente recuperada para el reino cristiano, pasa a ser mora y cristiana, en viaje de ida y vuelta, en varias ocasiones, como queda dicho, el Adelantamiento en su primera fase (1231—1495) supuso su consolidación como villa principal del mismo a la vez que alcanzaba su máximo esplendor al socaire del que experimentaba el propio Adelantamiento.

En 1564 se independizó finalmente de Úbeda. Ocurría dentro del período de tiempo que comprendía la siguiente etapa del Adelantamiento (1496—1618), de franca decadencia, de la que no se libró la villa de Quesada. La última etapa del mismo (1619—1812), al que puso fin la Guerra de Independencia española, fue meramente testimonial pues había desaparecido cualquier infraestructura militar relacionado con el mismo. En este período se desgajan e independizan de Quesada los municipios de Pozo Alcón, en 1648, 138,6 kilómetros cuadrados e Hinojares, en 1690, 40 kilómetros cuadrados.

El siglo XIX volvería a ser importante para Quesada y su con-figuración definitiva como municipio. Se benefició de forma importante de las dos desamortizaciones, la de Mendizábal en 1836 y la de Madoz en 1854. Los cambios propiciados por ambas desamortizaciones modificaron la fisonomía de la villa. Bienes y tierras de la iglesia fueron subastados públicamente y adquiridos por comerciantes y aristócratas, muchos de ellos descendientes de aquellos hidalgos del Adelantamiento.

Lo que era un término municipal importante, de 687,2 kilómetros cuadrados, va reduciendo su tamaño porque en 1836 se segrega Larva, restando 41,8 kilómetros cuadrados y en 1847 Huesa, que resta 138,6 kilómetros cuadrados. Esto dejaba, contando las segregaciones producidas en la segunda etapa del Adelantamiento, un término de 328,4 kilómetros cuadrados que es el que pervive en la actualidad.

Sigue siendo Quesada un municipio importante dentro del contexto de comarca del Alto Guadalquivir. Hacia 1917 Antonio Machado visita Quesada y el santuario de Tíscar y dedica este bello poema al templo y a la zona:

En la sierra de Quesada

hay un águila gigante,

verdosa, negra y dorada,

siempre las alas abiertas.

Es de piedra y no se cansa.

Pasado Puerto Lorente,

entre las nubes galopa

el caballo de los montes.

Nunca se cansa: es de roca.

En el hondón del barranco

se ve al jinete caído,

que alza los brazos al cielo.

Los brazos son de granito.

Y allí donde nadie sube,

hay una virgen risueña

con un río azul en brazos.

Es la Virgen de la Sierra.

En Quesada nace el que, sin duda, va a ser su más ilustre hijo en el campo de las artes, el pintor Rafael Zabaleta (1907—1960) quien, aunque marchó joven a Madrid a cursar estudios en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, nunca olvidó su pueblo, como atestiguan los motivos de sus cuadros, muy relacionados con su tierra y la creación en 1963 del museo Zabaleta, dedicado al pintor, donde se encuentra la representación más extensa de su obra, así como la de otros importantes pintores coetáneos como Picasso, Miró o José Luis Verdes de la Riva, muy vinculado a la localidad.

Otro personaje ilustre por su obra y por su aportación al estudio histórico de Quesada es Juan de Mata Carriazo y Arroquia, historiador y arqueólogo español que, aunque nació en Jódar en 1899, desde los dos meses de edad vivió en Quesada, donde su padre ejercía de juez, parte de su niñez y adolescencia. Sus excavaciones y estudios son fundamentales para entender el acontecer histórico de la villa durante el período del Adelantamiento y anteriores.

Es, pues, obvia la importancia de Quesada en la historia del Guadiana Menor y su influencia socio económica.

Nuevos meandros y una machacona letanía de olivares y choperas para llegar al cortijo El Salón, ya citado en las respuestas del Catastro de Ensenada en 1754 como integrante de la riqueza productiva del término de Quesada. Antaño en franca decadencia, esta cortijada erigida a finales del siglo XIX ha recuperado esplendor y se muestra moderna y feraz en la orilla derecha del río, atravesada por la carretera de Úbeda.

Sigue el río unos kilómetros más por el término de Quesada, engordando con ramblas y arroyos que le llegan de la Sierra de las Cabras, a su izquierda, y de la de Toya, a la derecha. Se muestra lento y amplio, atravesando cortijos, regando hazas y alimentando bosquecillos de chopos. Seguirá el río siendo quesadeño durante dos kilómetros más en que lo compartirá con Peal de Becerro para despedirse de él de forma definitiva en la unión con el Arroyo Salado en que pasará a ser, hasta su desembocadura en el Guadalquivir, río de Peal y de Úbeda.

Tiene más nombre el Arroyo Salado por su puente metálico, uno de los más impresionantes de España, que durante mucho tiempo ostentó el récord de obra metálica más importante construida en España, que por su importancia hídrica. Situado en el término municipal de Cabra de Santo Cristo, en la línea ferroviaria Linares—Guadix, el viaducto empezó a construirse en 1896 y se culminó 1899, entrando en servicio el 14 de marzo del mismo año.

Fue diseñado y ejecutado por los ingenieros Basinksi, Guerin y Shule, de la escuela de Gustave Eiffel. Construido por la Compañía de los Caminos de Hierro del Sur de España y, debido a su complejidad técnica, despertó admiración nacional y gran interés internacional. Mide 318 metros de longitud con vanos de 105 metros de luz y 110 metros en su parte más alta. Posteriormente, en 1976, el tablero de hierro original fue sustituido por otro de acero, más moderno, que no afectó a la estructura original del puente. Obra digna de ser vista y paseada pero reservada a aquéllos que carezcan de vértigo.

Desde esta confluencia con el Arroyo Salado el río Guadiana Menor sigue su camino hacia el norte haciendo frontera entre los términos de Peal de Becerro y Úbeda, que no dejará hasta su desembocadura. Seguirá atravesando vegas, olivares y bosquecillos, entreteniéndose en sus meandros, regando huertos y llenando albercas. Los campos de labor muy arrimados al apacible cauce, los cortijos dispersos, escasos, vigilantes en su soledad, aprovechando todas las aguas con cultivos, a veces de ocasión, regados mayoritariamente por los nuevos sistemas de riego por goteo.

Tiene Peal de Becerro el título de villa, declarada así por Real Orden del rey Fernando VII, firmada el 25 de abril de 1822 y posteriormente emancipada de Cazorla por su hija la reina Isabel II el 22 de febrero de 1847.

Junto con el poblamiento íbero de los Castellones de Ceal, el de Toya tuvo una relevancia similar entre los siglos VI y IV A.C. dedicados a controlar la ruta que por el río Guadiana Menor comunicaba la costa de Almería y Murcia con el alto Valle del Guadalquivir.

Además de esa consideración de villa, Peal de Becerro es un municipio rico en historia, que se ha manifestado en distintos hallazgos y asentamientos a lo largo y ancho de sus 150 kilómetros cuadrados de término municipal, desde la Edad del Bronce, Cueva del Águila, Villares de la Bolera y Castellones de la Bolera, pasando por íberos y romanos en Toya, con su impresionante Cámara Sepulcral, visigodos, con la necrópolis del Cerro de la Horca, y musulmanes, estos en menor medida pero con la muestra del Castillo de Toya arrasado, según las crónicas, en 1224 por Fernando III El Santo.

Fue aldea de Toya hasta la Reconquista. En 1231 pasó a manos cristianas para formar parte del Adelantamiento de Cazorla, después pasaría a jurisdicción de Úbeda, más tarde a Cazorla, hasta 1847 en que se constituyó en villa independiente a la que se agregaron las aldeas de Toya, Hornos de Peal y Almicerán.

Los pealeños, llamados también tugienses en honor a su histórica dependencia de la ciudad oretana de Tugia, citada por Ptolomeo en el siglo III A.C., son un pueblo dinámico que, en la actualidad conforman más de 5.000 almas centradas en una economía agraria dependiente del olivar, que no para de buscar otras alternativas.

Sobre el topónimo hay varias versiones, que van desde que Peal debe su nombre a la forma del terreno en la que está enclavado a un tipo de zapatos llamados “peales” que se hacían con piel de los becerros.

El escritor, poeta y catedrático de Historia del Arte en Sala-manca Rafael Laínez Alcalá (Peal, 1899 – Madrid, 1982), que fuera alumno de Antonio Machado durante la época docente del poeta en Baeza es, seguramente, su hijo más ilustre.

Sigue así el río su lento discurrir y pasará, silencioso, por el Cortijo de los Propios del Guadiana, relevante cortijada de la zona. Algo más abajo un nuevo puente, quizá más ilustre que sus predecesores, sobre la carretera C—328 que une Úbeda y Peal de Becerro pasando por la pedanía tugiense de Hornos, al pie de la Sierra de Toya y cercano a la que fue la Tugia romana, citada ya por Ptolomeo en el siglo III A.C. en su a relación de ciudades pertenecientes a la Oretania, con su “Bicha de Toya”, escultura íbera hallada en el yacimiento en el Cerro de la Horca y con su castillo, arrasado en 1224 por Fernando III el Santo, de construcción musulmana y declarado bien de interés cultural.

Son estos parajes de evidente significado histórico, de defensa ante el islam, así como su río, espinazo de la historia y de las leyendas de los hombres. Fueron también escenario de comitivas reales y bélicas, testigo de batallas que, sin que pueda precisarse su exacta ubicación, habían de ser importantes para delimitar y confirmar las fronteras del reino de Granada. Fueron guerras sobre todo de Reconquista.

En la cronología aparece primera la Batalla de Linuesa, dada en el año 1361, durante el reinado de Pedro I de Castilla, entre las tropas del rey castellano y las musulmanas del reino nazarí. Dicen los historiadores que la batalla se fraguó para represaliar al moro que había devastado a fuego Peal de Becerro, tomando cautivos, ganado y botín.

“Habiéndose en tierras de Jaén en 1361 los moros de Granada en número de dos mil peones y seiscientos de a caballo, llegan a Peal de Becerro, y atacando a sus indefensos vecinos, muchos fueron muertos y los más cautivos, llevándose enseres y ganado.

Regresaban a Granada con el botín, y al intentar cruzar el río Guadiana Menor, salen a su encuentro el Maestre de Calatrava don Diego García de Padilla, don Enrique Enríquez, adelantado de la frontera, Men Rodríguez de Viedma o Benavides, caudillo mayor del obispado de Jaén, formando en aquellas filas prietas el Pendón de Úbeda. Se libra batalla junto al río, en tierras de Peal de Becerro y sitio de Linuesa, siendo vencidos los moros”.

Contrariamente a lo que otras fuentes apuntan respecto a la ubicación de esta batalla en término de Huesa, parece claro que no puede determinarse, siquiera, en qué parte del término de Peal de Becerro, perteneciente en esa época a Quesada, ocurrieron los hechos, más difícil resulta atribuir que lo hicieron en término de Huesa, muy a pesar de los hueseños.

Siguiendo la cronología e igualmente difícil de precisar el lugar, en 1406 tiene lugar la Batalla de Collejares, que enfrentó a Enrique III de Castilla con el soberano nazarí Muhammed VII, que había roto el pacto firmado en 1402 e invadido tierras cristianas. Parece seguro que ambas tuvieron como escenario el Guadiana Menor. En 1406 los moros granadinos rompen la tregua con los castellanos y entran:

«poderosamente por la parte de Quesada contra Baeça el Iueves 4 de Otubre 1406. A hora de Tercia vinieron a Quesada Quatro Mil Moros de Cavallo y Veinticinco Mil de pie de la Casa de Granada, y quemaron el Arrabal de Quesada. El dicho dia Pedro Manrique, Adelantado de León, y Dia Sánchez de Benavides, Caudillo del Obispado de Iaen, estando por Fronteros en la Ciudad de Vbeda supieron a hora de Maitines como eran entrados los Moros, y hizieronlo saber a Martín Sánchez de Rojas y a Alfonso Davalos y al Mariscal del Infante Don Fernando, que estaban por Fronteros en la Ciudad de Baeca, los quales se juntaron en Guadiana, y llegando cerca do estaban los Moros, los Capitanes que vinieron de Baeca fueron detras, y luego murieron porque fueron cerca-dos de los Moros, pero vendiéronse bien, que mataron muchos Moros y hizieron como buenos Cavalleros. El Adelantado Pedro Manrique y Dia Sánchez con 500 Lanças, 200 Peones y otros tantos Ginetes siguieron los Moros, y acometiéronles do estaban en vn Cabezo, y subiéronles por fuerza, y allí los ven-cieron, y mataron muchos dellos, asi de pie, como de cavallo, y perdieron gran parte de la hazienda que traían. Y es fama que venian con intención de poblar la tierra de nuestro Señor el Rey de Castilla. Y assi fue vn gran miraglo que Dios hizo con los Christianos».

«Fue esta victoria tenida por milagrosa, y della hazen memoria el Canónigo Luis Fernadez de Tarancón, Prior de Xi-mena, en su Kalendario manuscripto, que yo tengo, de cosas acaecidas en Baeça, escrito por él en el año de 1484, aunque con suma breuedad y con estas palabras solamente. Año de 1406. Fue la de los Collejares» (Ibid., 37S).

Kilómetro y medio aguas abajo del puente sobre la C—328 recibe el Guadiana Menor, por su margen derecha, al río Toya, que viene del Rayal de Quesada y que en su primer deambular se llamará Estremera y río de Quesada a su paso por la localidad homónima. Una vez llegado a la Sierra de Toya, por cuya vertiente norte discurre paralelo, pasará a llamarse Toya hasta su desembocadura. Es un río, el Toya, que no aporta mucho caudal al, por esa zona, caudaloso Guadiana Menor, sí entrega tres milenios de historia, en su condición de testigo de la diversidad de hechos acaecidos a lo largo de su curso desde la Edad del Bronce.

Sigue el río lento y perezoso sin más hechos destacables que el ser raya entre Peal de Becerro y Úbeda y su paso por el Cortijo del Conde Guadiana, situado en la margen izquierda, en un meandro próximo ya a la desembocadura, del que ya hay datos en 1770 dando cuenta de su riqueza y productividad.

Cansado de morder tanta roca y besar tanta vega, el Guadiana Menor, adormilado y apaciguado, da sus aguas al Guadalquivir, en término municipal de Úbeda, en la cola del embalse de Doña Aldonza, a 347 metros de altitud, en la zona llamada Las Juntas, tras haber recorrido más de ciento cincuenta kilómetros desde su nacimiento más lógico, en la Sierra de la Sagra, a casi 1.800 metros de altura. En esta confluencia de aguas el Guadalquivir aporta una caudal medio de 18 metros cúbicos por segundo, mientras que el Guadiana Menor contribuye con 22 metros cúbicos por segundo.

Íberos y romanos no consideraban al río Guadalquivir como curso importante hasta que no confluía con el Guadiana Menor. Incluso hablaron de sus distintas fuentes refiriéndose al arroyo de Cañada Cañepla, en el término de María (Almería), al río Orce e, incluso, el Guadalimar como fuentes originarias. Nunca lo hicieron refiriéndose a la Sierra de Cazorla.

Los musulmanes no tuvieron nunca duda en situar la fuente del Guadalquivir en la cuenca del Guadiana Menor. Decían los árabes que el río de Córdoba, el Guadiana Menor, recibía por la derecha al río de Hornos, el alto Guadalquivir, y que el río Guadalquivir no era tal hasta que no recibía las aguas del Guadiana Menor. Antiguamente al Guadalquivir se le llamó también río Beas y río Cástulo, entre otros. Las autoridades políticas y eclesiásticas impusieron su criterio y así se escribió la historia. Reescribirla será otra historia.

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